LA DEL PULPO (DILUVIO BIS). HISTORIA SAGRADA CHUSCA REVISITADA VII

 El afán por reescribir la Historia es tan antiguo como las más arcaicas caligrafías. Arrimando el ascua a la sardina propia, huelga decir.

Tengamos el caso de Noé, por ejemplo. En un capítulo anterior, ya vimos que su peripecia no puede calificarse de gloriosa, precisamente. Cierto que es un buen ejemplo de cómo aprovechar segundas oportunidades y desarrollar una carrera de éxito a partir de un descalabro. Pero eso no resultaba satisfactorio  para ciertos grupos apegados a interpretaciones rigoristas de la tradición, cuyo concurso se había revelado necesario para la buena gobernanza del reino de Israel. Estos forzaron una nueva redacción del texto del Génesis que presentase al patriarca como un héroe salvador de las esencias de una humanidad resumida en lo más granado del pueblo elegido.

Del trabajo se encargó un equipo de amanuenses esmerados y piadosos, muy aplicados. En pocas semanas habían terminado su labor. Presentados los pergaminos a los sacerdotes del templo para su supervisión, estos dieron el plácet. Quedaba expedito el camino para la presentación oficial. El Diluvio Universal 2.0.

Todo estaba preparado para un acto fastuoso. Los invitados luciendo sus mejores mantos, las autoridades civiles y religiosas en sus palcos e innumerables antorchas iluminando cada rincón de la noche. Un nutrido coro de jóvenes sacerdotes elegidos por sus voces bien timbradas leerían los rollos de la nueva versión de la epopeya de Noé. Quien ocupaba un lugar preeminente a sus novecientos veinte años recién cumplidos y muy bien llevados.

Todo iba como la seda, hasta que a mitad de la lectura, un rumor empezó a crecer por un extremo de la plaza. Abriéndose paso a codazos entre la multitud, una columna formada por prestamistas, cortesanas e idólatras de varios cultos heréticos se plantaron ante las tribunas profiriendo gritos. Protestaban porque en la nueva versión del relato, al arca solo habían tenido acceso individuos de alta caradura ética y moral intachable, y ellos reclamaban el derecho de que al menos una muestra de sus colectivos estuviese representada en esa metáfora de salvación.

El rumor se hizo clamor cuando por otros accesos al foro se sumaron dos grupos más. Uno que se quejaba porque se había obviado la realidad plurinacional del reino, pues solo naturales de Judea componían el pasaje. El otro, de defensores de los derechos de los animales, que opinaban que un arca de fabricación artesanal no ofrecía las garantías de bienestar y salubridad necesarias para el bienestar de la fauna embarcada.

Como si las reivindicaciones voceadas por las tres columnas hubiesen tenido el efecto de un despertador, el sentimiento de orgullo y satisfacción de la masa hacia el nuevo redactado se trocó en renuencia, y empezaron movimientos de inquietud. Como a menudo ocurre, el bien de la colectividad no necesariamente coincide con el bien de los individuos tomados uno por uno, y por acá y por allá empezaron a elevarse voces de queja y disconformidad, como si el texto que se presentaba fuese más un proyecto de futuro que la reconstrucción idealizada de un hecho pasado. Entre los asistentes prendió la chispa de la rebeldía, y en nada se había liado una buena.

Tan intenso se hizo el tumulto, tan enconados estaban los ánimos que nadie se dio cuenta de que las cuatro gotas que habían empezado a caer un rato atrás se habían convertido en un aguacero. Como aún faltaba cacho para que llegasen los romanos con sus obras públicas —mal que le pesase al Frente Popular de Judea—, el agua se remansó en la plaza, y empezó a subir. Y cuanto más llovía, más subía el agua —lógico, ¿no?—, hasta llegar a las rodillas de los presentes. Aquello fue la señal para que las disputas cesasen, y cundiera una preocupación común; alguien tenía que hacer algo, o aquello pintaba feo. ¿Y en quién pensaron? ¡Premio! En Noé, claro.

Centenares de ojos se volvieron hacia el lugar donde estaba sentado el patriarca en el palco de honor. Para descubrir, estupefactos, que estaba vacío.

El lugar entero se volvió un frenesí en busca de Noé.

Bueno, pues a pesar de tantos efectivos para localizar a un solo individuo, aún les llevó un rato hasta dar con él… apalancado en la barra del puesto de bebidas del catering preparado para las autoridades, bebiendo con avidez copa de vino tras copa de vino, con una tajada como un piano de cola. La cabra siempre tira al monte, ya se sabe, y Alcohólicos Anónimos, en aquellos tiempos, ni estaban, ni se los esperaba.

A las numerosas voces que le pedían una solución que, conforme a las escrituras remozadas, permitiese la salvación del pueblo elegido, el anciano respondió con una pedorreta. Y añadió, con voz pastosa por el alcohol, que a él lo dejaran en paz. Que se fuesen a buscar a los coreanos, como la otra vez. 

Y es que hay ofensas que ni se olvidan ni se perdonan, por mucho que quieran maquillarse los hechos a balón pasado.

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